Friday, January 12, 2007

EL ENIGMA DE LAS DOS PATRIAS*



2.150 millones de dólares es la suma que los emigrantes aportaron a la economía nacional durante el 2006. Casi el 27% del presupuesto total del país y con tendencia al aumento para el 2007, como ha sido usual en los últimos años. Con tales dineros se oxigena el mercado interno, pues la nación carece de suficiente liquidez para ponerlo en circulación, a fin de mover el gran aparato productivo y de consumo; los 2.050 millones de reserva monetaria que sostienen la dolarización, no están aquí, en el banco central del Ecuador, sino donde deben estar: en las frías bodegas de las reservas federales del imperio ¡y sin ganar intereses a cambio! Tal es el tributo de tener una divisa extranjera como moneda nacional.

Con las remesas de nuestros compatriotas en el extranjero, la economía cobra fuerza, desde la rama de la construcción, cuyo crecimiento va en aumento a partir de1999, fecha de la quiebra financiera y que significó el mayor atraco a la nación a manos de la banca privada, situación que provocó el inicio del éxodo masivo de ecuatorianos al extranjero; pasando por el incremento de las pequeñas empresas, digamos familiares, cuya función en la economía del país, es más dinámica todavía que la gran industria; hasta las áreas de consumo, como compras y ventas, actividades que vigorizan el mercado interno.

Para explicar la magnitud de sus envíos, me atrevo a exponer un ejemplo: En marzo del 2005 el banco del Pichincha estuvo al borde de la quiebra a causa del retiro masivo de ahorros -ante una oleada de rumores llenos de pesimismo. Sus reservas en efectivo eran de 389 millones de dólares, las mismas que se agotaron en menos de una semana y se necesitaba mucho más para cubrir la demanda a fin de aparentar cierta solvencia monetaria y serenidad ante la situación que, de a poco, tendía a agravarse; mas la solución llegó pronto desde la misma cúpula del gobierno: el entonces presidente Gutiérrez recibió una llamada de Fidel Egas (accionista mayoritario del ente financiero en mención) para recordarle los aportes realizados por él durante su candidatura a la presidencia, hecho que el ex militar debió escribirlo con sangre en su hoja de vida, pues en un pacto secreto, bajo condiciones que la población nunca supo, pese a ser dueña de la reserva monetaria nacional, él envió un avión a los EE.UU. a traer US$ 350 millones que sirvieron para sacar al banco de la crisis.

(Una inquietud sana: ¿Ya se devolvió dicha suma al estado? ¿Si la banca privada cobra a sus clientes intereses ¡y muy altos!, más las comisiones por un préstamo, a qué tasa se entregó nuestro dinero al banco del Pichincha y que se hizo con ello? ¿No se repitió acaso la misma historia de 1999, cuando las reservas del banco central fueron entregadas a los bancos en problemas de iliquidez para salvarlos de la debacle financiera?).

El coronel argumenta en sus memorias publicadas en Bogotá, luego de su caída, que ordenó tal operación pensando en el resto de la banca privada a nivel nacional, la misma que hubiera sucumbido -como una castillo de naipes- si llegaba a caer la mayor institución financiera del país, lo cual, argumenta el ex militar, habría dado origen a un nuevo feriado bancario. ¿Otra vez?

350 millones de dólares salvaron a la nación de la catástrofe. La pregunta es, entonces, qué ocurriría con nosotros si los emigrantes dejan de enviar sus remesas cada mes, resentidos con todas esas historias particulares y terribles por las que debieron partir, por el trato que reciben en las oficinas estatales, desde la policía de migración, el registro civil, la pedantería con que se mueve relaciones exteriores; el olvido al que fueron condenados antes de marcharse definitivamente para buscar la otra parte de sus vidas en otras regiones donde el horizonte no sea un espejismo, y cuando llegaron ahí fue para comprobar que, en efecto, estaban y están solos y que nada deben esperar del país por el que derramaron sus lágrimas mientras subían al avión, o se deshidrataban en las bodegas pestilentes de los barcos pesqueros, junto a otros sin papeles, o sufrían de hipodermia en los cuartos de refrigeración de los buques bananeros, o padecían de sed mientras cruzaban el desierto; aunque más fuerte fue su pasión por la vida, sus ganas de mostrarse a sí mismos que son capaces de cambiar el mundo con sus brazos fuertes si tan solo tuvieran una oportunidad; hasta que llegaron y allá labran sus sueños, vuelven grandes a otras naciones que les acogen y ostentan su poder económico con el vigor de su mano de obra y se renuevan con la vitalidad de su sangre.

No olvidan de dónde vienen, como tampoco olvidan a quienes abandonaron en sus casas. En ellos crece el deseo de compartir con los suyos cuanto la vida les ha brindado; saben bien que nos suficiente el dinero para ser felices en el hogar y es que estando ausentes, tampoco pueden dar más. Cuando leen los periódicos, o ven la televisión, cansados luego del trabajo, no hay buenas noticias desde el lugar donde están sus familiares, no hay un espacio donde anide la esperanza allí, donde el canibalismo de los grupos dominantes ha matado definitivamente los sueños de un gran sector de la población que ya no se defiende, no protesta y sigue eligiendo a sus verdugos cada dos años sólo por obtener aquel certificado de autentificación de nuestra desgracia, documento sin el cual no se puede pagar impuestos, unir en matrimonio a dos desventurados, o peor viajar.

La nostalgia es la enfermedad de los ausentes. Ellos viven en carne propia lo que el poeta Dávila Andrade dijo antes de morir en el exilio: “el enigma de las dos patrias”. No ignoran la miseria de los suyos aquí y por ello envían sus remesas de dinero, como una religión, cuando tienen trabajo. Cada día que se levantan es por ellos, la ausencia es ese dolor vital que los mueve a triunfar, pensando en ellos y en quienes por varias razones no han abandonado aún el país.

Y ese olvido de parte del estado ecuatoriano a sus hijos fue evidente la tarde del jueves 4 de Enero, cuando arribó el cuerpo del compatriota caído en el atentado al aeropuerto de Madrid. La nación española lo envió acá en un avión militar, contratado exclusivamente para ello, no sin antes despedirle con grandes honores en una ceremonia majestuosa y triste, de parte de la cúpula de gobierno ibérico, con Zapatero a la cabeza, como agradecimiento tal vez por su apoyo brindado a la consecución de un pueblo fuerte en la economía y solidario con su gente, como lo ha demostrado su población estos días en las ciudades españolas.

Con el cuerpo de Carlos Palate llegaron también el ministro de asuntos interiores, la secretaria de inmigración, junto a otros representantes de gobierno español; y aquí en tierra estuvo el cuerpo diplomático, con su embajador al frente, para recibir los restos de un obrero, oriundo de Pacaihua, -una parroquia perdida en la soledad de los Andes-, que trabajaba para mantener a una anciana ciega, un hermano epiléptico y otro inválido.

Y allí estuvo su madre -sin zapatos, su hermana con dos niños -igual descalzos, un hermano ciego, los mismos que fueron consolados de sus llantos por las autoridades españolas, por Elba Berruz y Oscar Imbaquingo, representantes de los emigrantes en España. Luego llevaron el ataúd hasta la Iglesia de San Francisco y allí la ministra española sostenía a la madre del difunto, o Elba y Oscar ayudaban a recuperarse a la hermana que se desmayaba a cada instante, hasta que el cura terminó la ceremonia y el cuerpo fue llevado –¡oh desgracia de los viajeros!- en hombros de vuelta a su tierra. Y no asomó un simple representante de nuestro gobierno; o Palacio mismo, que estaba a sólo cien metros de distancia.

¿Porque el regreso de un emigrante dentro de una caja les iba a quitar a ellos los sueños? Al fin de cuentas, la repartición del poder era lo más importante aquella noche. Al siguiente día se posesionaba el congreso y era indispensable tranzar la repartición de comisiones; estaban pulsando, muñequeando con el nuevo régimen, mientras Correa iba de pueblo en pueblo vendiendo su constituyente y ofreciendo lo que sea a cambio, aunque después no pueda cumplir. Ni una llamada para dar el sentido pésame a los familiares de Palate se escuchó o se supo, de parte del gobierno entrante o saliente, del congreso u otro representante; esta es la realidad de nuestros hermanos que sostienen la economía del país con 2.150 millones de dólares al año.

Y Aquí no hay espacio para sentimentalismos, sino otro cadáver –el sistema actual de cosas- que pide a gritos una fosa común, para luego dar paso a una nueva era, no de confrontación y de demagogia, como la presente telenovela de corte mejicano, con largos y repetidos capítulos que sólo distraen al público, cuando tras vestidores, se vende la casa y se empeña hasta las ollas remendadas de la familia, sino una nación de trabajo y de solidaridad; la nación que los inmigrantes soñamos al enviar nuestros dineros, y que ayudamos a construir en otros lugares.

* Frase del poeta César Dávila Andrade

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