Saturday, September 17, 2011

Libia: tiempo de negocios y de justicia



Tiempo de negocios


Firmas francesas, italianas, americanas, todos aquellos que apelaron a la ONU para poner a disposición sus armas, entrarán en Trípoli y exigirán su tajada en la repartición del pastel. ¿Qué importancia tienen entonces unas vidas simples, víctimas de la brutal repressión, en el mercado mundial? Aquí no hubo afán de ayudar a desprenderse al pueblo libio de su dictador; con él o sin él los negocios siguen adelante. Anglo-Dutch Shell, BP, ExxonMobil, Halliburton, Chevron, Conoco and Marathon Oil seguirán haciendo jugosos contratos en Libia; aunque hoy muchos de sus antiguos aliados prefieren muerto a Gadafi. Si es detenido con vida, el tribunal de Den Haag será el mejor escenario para desnudar a muchos de sus antiguos secuaces: Sarcozy, Berlusconi o Blair, por citar algunos más visibles.

Y ¿qué de los derechos humanos? Su antiguo aliado francés lo ha dicho en pocas palabras: business are business. Bertolt Brecht lo dijo mas poético: primero el estomago, luego la moral. En la última visita del sátrapa a Francia, éste cerró contratos con Paris por la envidiable suma de 10 millardos de Euros!! Más la venta de una planta nuclear (con fines pacíficos, se dijo entonces), compras de armamento de punta....una vez firmados los documentos que obliga a ambos estados a cumplir y honrar deudas, Sarcozy pudo entonces morder la mano de quien diera de comer a su pueblo, como estrategia al ver disminuido el apoyo de su gente, de cara a las nuevas elecciones. Y tuvo éxito: Gadafi anda escondido por el desierto y Sarcozy en la cima de los niveles de preferencia para las siguientes elecciones.

Delvover el poder al pueblo


A sus 26 años, Gadafi, luego de derrocar al rey, su estrategia para ser fuerte fue reforzar el ejército y la policía. Luego vino la hora del premio: durante el reinado la nación había conseguido ahorrar muchos millones y éstos fueron repartidos de modo generoso en planes de vivienda barata para los sectores más pobres, subsidios, bonos de educación, alimentos, a fin de asegurar con ellos su permanencia en el poder. Autodenominado Hermano Mayor de Libia y Guía de la Revolución, mantuvo el control de la gente y sus enemigos poniendo brigadas en cada barrio, cuyos miembros eran seguidores de su partido, policías, militares, luego estudiantes adoctrinados, en cada calle y, finalmente, en cada edificio. Durante la década pasada, aprovechando la tecnología, se llegó incluso a vigilar cada calle con cámaras de television, gigantescos e innumerables monitores centrales, cuyos trabajadores tuvieron la ardua tarea de hacer un seguimiento completo de los enemigos del régimen. Era y es como un mapa electrónico gigantesco, conectado todas sus redes a una central de inteligencia cerca a la mansión del coronel.

Es innegable que él gozaba de mucho carisma entre las masas pobres, con sus discursos de cambio de sistema, sus enemigos -maquinados por sus asesores- para crear un ambiente de inseguridad entre la población, como el imperio y sus transnacionales, la oposición política, los empresarios, el aparato de justicia, los medios de comunicación, y ese mensaje enfermizo que poco a poco se fue haciendo adicción en su gente: el miedo a una Libia sin su líder, conseguido a través de generosas inversiones en publicidad. Los bombardeos gubernamentales eran en extremo frecuentes e insoportables. El supo, como ninguno, utilizar la televisión y radio estatal, al final las únicas en la nación, en beneficio propio. No es de admirarse entonces que la juventud de ayer en el mundo haya sentido admiración por él. Fidel Castro nos lo presentó en Sudamérica como un hermano suyo y como tal lo siguieron los intelectuales de izquierda.

Yo soy la democracia”

Era la década de los 60. Los viejas dinastías y reinados llegaban a su fin de mano de jovencitos con ideales de cambio, sus corazones ardientes y los bolsillos vacíos. Pronto empezaría la era petrolera. Y los dictadores se pusieron de moda. El teniente –tal es su grado original, puesto que tras el golpe de estado nunca siguió un curso de ascenso, y lo de coronel fue otra ocurrencia suya-, en uno de sus exabruptos gritó: yo soy la democracia. En su Libro Verde aclara que su ideología se identifica más con la revolución cultural china que con cualquier revolución en otras latitudes -se refería en modo indirecto al modelo cubano-. Con el tiempo el libro fue obligado a leerse en los centros educativos libios, mientras el autor predicaba sus logros en infatigables desplazamientos -con ministros y gente dependiente de su generosidad económica-, de pueblo en pueblo por toda la nación. Cómo no recordar sus infatigables -para él, y aburridos para el pueblo- discursos! Igual que Fidel Castro, ambos tienen el record Guiness de haber hablado más de veinte horas seguidas -micrófono en mano- ante las masas obligadas a permanecer en la plaza!

Democracia es el control de la gente sobre si misma, reza en otra parte del libro. Hasta hoy no sé qué quiso decir con ello, pero durante su régimen fue prohibido reuniones de gremios, las concentraciones de trabajadores y gente en general. No se podía o debía protestar: en 1996 los presos de una de las cárceles más grandes de Trípoli se rebelaron ante las condiciones deprimentes y el trato inhumano que recibían adentro y Gaddafi no tuvo empacho en mandar a aplacar la rebelión con fuego. Se estima que más de 1200 personas fueron asesinadas por sus tropas y hoy los familiares de los muertos han empezado a descubrir las tumbas comunes y clandestinas en diferentes sitios de Trípoli.

El coronel pregona también la descentralización del estado y una democracia participativa directa. Partidos políticos y parlamento sirven a las elites económicas del país y por ello deben ser atacados hasta su destrucción. Con estas frases en su boca y libro, era indudable que Gadafi parecía un intelectual de izquierda y sus miembros lo consideraban uno mas de ellos. El libro y el coronel acabaron por tener constitución.

Pero en un gobierno totalitario, como en la guerra, la verdad muere primero y el ambiente se llena de discursos ardientes, de proyectos sociales al alcance y sueños de la gente pobre, que son mayoría en nuestros países, y un patriotismo enfermizo combinado con música popular, alcohol y farra. Así se engrandece la figura del líder; pero también con supuestos atentados, con situaciones de inseguridad creadas desde el poder y ejecutadas a la perfección por grupos afines al gobierno, aunque la situación desborde el río y luego tengan que echar mano a la justicia para acabar con los "enmigos del estado", como los medios de comunicacion, la empresa privada, o insignificantes opositores políticos -engrandecidos desde arriba para justificar la dureza de sus acciones. Eso pasó en Libia. Eso ocurrió en Cuba, cuando Fidel inventó 542 ataques de la CIA y su figura entre los intelectuales de izquierda se volvió un mito.

Gadafi y la justicia


Pero quién iba a pensar que el revolucionario, a quien el mismo presidente egipcio Nasser admiraba y lo invitaba a las convenciones internacionales para presentarlo a la comunidad árabe como la encarnación de un apóstol de Mahoma (y así murió convencido), iba a traicionar sus palabras y se dejaría vencer por la soberbia y el orgullo de saberse extremadamente fuerte con el gobierno en sus manos. Ahora que anda fugitivo, como esas ratas del desierto que tienen cierta habilidad para deslizarse bajo la arena, sin ser vistas, el día que caiga prisionero no habrá justicia en su país capaz de juzgarlo, porque el sistema judicial tiene nombre y hasta cicatriz en la frente: Gadafi. Si se tomara en cuenta su justicia, el castigo para los traidores es la muerte, igual que el estudiante ahorcado en el año 1984; pero ello es inimaginable hoy en Libia. Con Gaddafi preso, abriría muchas heridas y provocaría demasiadas pasiones encontradas al interior del país, a favor y en contra, y la recuperación económica y social sería lenta, si acaso hubiera una reconciliación entre los grupos tribales, los encargados -hasta ayer- de velar y hacer cumplir los mandatos de su amo -que son muchos y con demasiados privilegiados -me refiero también al círculo interno que tejió ese saco sin mangas que fue Libia hasta hoy, y aquellos sectores y jóvenes -sobre todo- que fueron perseguidos y humillados por el simple hecho de pedir un cambio de régimen a través de elecciones.

La sed de justicia y cambios que pide el pueblo es la peor enemiga de las momias que se secaron en sus ataúdes, mientras afuera la vida cambia y se regenera con más vigor. A Gaddafi le llego la factura. Si paga o no es lo de menos. Nada duele tanto como haber sido rey por 42 años y hoy desde una cueva mirar la llegada de la primavera.