Friday, September 21, 2012

POLITICA: UN JUEGO PERVERSO


EL REINO IDEAL DE RAFAEL CORREA 


La delincuencia es un invento de la oposición, vocifera nuestro gobernante desde el poder, rodeado de comandos de asalto, de guardaespaldas abriéndole paso durante sus gabinetes itinerantes, de agentes disfrazados de simpatizantes, más caravanas de ministros junto a sus colaboradores, secretarias, aguateros, pone-alfombras, (porque estas tierras son pródigas en todo, menos en producción), y nunca admitirá que no solo el especialista en robar ancianos, el que vigila los cajeros de los bancos, un taxi amigo sin identificación es delincuente, sino también los grupos económicos del país que se subieron con él en la camioneta del triunfo. 

La inseguridad social es un fenómeno que parte desde las esferas del poder. Las autoridades nunca dirán en sus discursos políticos que la delincuencia es una secuela de la pobreza reinante en la nación, de la falta de oportunidades reales de trabajo, aunque lo piensen, porque ambos componentes –pobreza e inseguridad- sirven para tener en vilo a la población, ocupada en protegerse, mientras sus gobernantes, que parecen ser sus salvadores, tienen vía libre para cerrar grandes negocios con el estado, sin rendir cuentas a nadie. Según el discurso oficial, delincuentes son las clases y grupos sociales opuestos a su forma de interpretar y de hacer política. Igual para la oposición: nadie se atreverá a enfocar de modo objetivo a un sector que en elecciones significan votos. Y los votos –sumando uno tras otro- dan una alcaldía, o la presidencia de la nación. 

El reino ideal del señor Correa es del 30 de septiembre del 2010, cuando una parte del cuerpo policial hizo uso del derecho que le asiste la nueva Constitución, tal es la rebelión al momento de sentirse afectados sus intereses de gremio por las decisiones de otras personas, y la ciudad quedó a merced de los malandrines. Los supermercados fueron vaciados en cuestión de minutos. Grupos de cinco, de diez maleantes, hombres, mujeres y hasta niños con pocas armas, o un pedazo de vidrio en sus manos apenas asaltaron buses, peatones. Los almacenes, recuerdo muy bien, tuvieron que cerrar. En los suburbios, como en el centro de Guayaquil; en la Marín, como en la avenida Naciones Unidas de Quito; en Ibarra, como en Cuenca o Ambato. Fueron instantes de zozobra, porque el país se volvió una tierra de nadie, sin que sus habitantes puedan reaccionar siquiera.   

UN ROBIN HOOD CRIOLLO 

Se podrá argumentar de modo simple y con mucha tromba, que ello es consecuencia de la crisis institucional que vivimos hoy (cómo, si acabamos de fundar una nueva república!), que hay crisis en el sistema judicial, que la corrupción llegó a los límites de lo imaginado y hasta tolerado; sin embargo, más allá de los discursos de tarima política, nuestro amado líder jamás podrá admitir que la delincuencia está compuesta por bandas de desheredados que, al no avizorar una luz en el horizonte que les permita cambiar sus vidas, ya no creen en nada. Muchos de ellos apoyaron a Correa, y lo seguirán haciendo mientras actúe igual al mítico personaje europeo que robando a los “malditos ricos” y entregando sus frutos a los “pobrecitos” (tal la concepción medieval de la opulenta iglesia frente a los hambrientos), despertó grandes simpatías en la población del siglo XIII; épocas en las que el terrateniente era dueño de las mejores tierras cultivables, de animales, bosques, ríos y hasta de las personas que habitaban en ellas. Que habían acumulado muchas riquezas con el trabajo gratuito de sus habitantes, es innegable, aprovechando el hambre y las enfermedades que doblegaban a poblaciones enteras; pero también con el comercio justo y la navegación. El argumento del fabuloso personaje para justificar sus acciones fue que eran fortunas mal habidas y por tanto no constituía delito alguno en arrebatárselas a los ricos y repartirlas a los más pobres. 

Así, éstos esperaban con entusiasmo la llegada del héroe a sus aldeas, y en cada encuentro le relataban los horrores cometidos por los feudales. Poco a poco, el grupo se fue haciendo más grande y lo que en principio eran cinco, diez personas, pronto se volvió un ejército de mendicantes, ladrones de caminos, leñadores y campesinos sin tierra ni dueño a quien obedecer, que vivían refugiados en los bosques, con sus propias leyes, alejados de la voluntad de los castillos y de las ciudades. Pero Robín Hood, no el de las narraciones de niños, sino el de la historia, no pertenecía a la clase de los campesinos; fue un noble que disputaba sus riquezas y posición social con otros de igual índole. Era la lucha descarnada por acceder a la corona de la entonces fragmentada nación inglesa. Y mientras vivía "fuera de la ley", se refugiaba en los bosques y asaltaba las caravanas de mercaderes; dominó los pasos claves de ríos y mares para vaciar los barcos de los nobles que le arrebataron antes sus tierras y negocios. Y una manera astuta de vengarse de ellos fue unirse a los pobres y utilizarlos frente a sus rivales. 

Cuenta la leyenda también que una tarde, cuando el rey de Inglaterra volvía de la cruzada de Tierra Santa, se encontró en los bosques con el rebelde y, tras escuchar sus lamentos, en parte, y al verse sin hombres para luchar contra el asaltante de caminos (Robín Hood cumplió un papel importante durante su ausencia: pues mientras él mantenía ocupados a los otros nobles con la defensa de sus ganancias frente al bandolero, poco tiempo tuvieron éstos para organizarse y nombrar nuevo rey, o erigirse en tal uno de ellos) decidió devolverle los títulos honoríficos y propiedades arrebatadas. El héroe termina casado con una princesa, no con una simple campesina, y los bandoleros vuelven a ser perseguidos como tales bajo la ley de los nobles. 

En nuestro país también tenemos nuestro Robín Hood criollo. Muchos se sienten identificados con su manera de actuar y con su proyecto político: un país de miseria, de poco esfuerzo y de mirar con envidia al vecino que debe esmerarse por conseguir aquello que el de al lado solo desea y espera gratis. El reino ideal de nuestro líder es aquel donde portar dos kilos de cocaína y ser aprendidos, no es delito, porque ello es consecuencia –argumenta- de la pobreza a la que han sido arrastrados por los últimos gobiernos; no por él, aunque ya va seis años en Carondelet. Gracias a esta ley, el vendedor que espera a la salida de los colegios donde estudian nuestros hijos, porta consigo máximo diez paquetitos de un gramo cada uno de polvo! 

EL OTRO LADO DE LAS PALABRAS 


Estos grupos ven cómo sus semejantes -los políticos- saquean las arcas públicas, seguidos por las cámaras de televisión, firmando con plumas de oro, con brindis para cerrar los negocios, rodeados de esbeltas secretarias y movilizándose en suntuosos autos de última generación: robo y abuso descarado de fondos públicos sin ley alguna sobre ellos, que atracan la nación desde la muralla que les protege el poder! Y uno se pregunta, si son padres, cómo no se les eriza la piel al emitir un discurso sabiendo que es mentira! Cómo vuelven a sus casas sonrientes y besan a sus hijos luego de haber ordenado matarse entre hermanos de la fuerza pública aquel fatídico 30 de septiembre del 2010! Y encima, otorgar medallas y pensiones, creando héroes falsos de un acto que nunca debió ocurrir si alguien a la cabeza del gobierno hubiese tenido cinco dedos de frente! Y si Los personajes grises que rodean al venerado líder tuvieran agallas para decirle sus errores, y no dejarse arrastrar por los placeres del poder y la vanidad! 

Cómo son capaces de besar a sus hijos, y mientras lo hacen, están pensando en sus maniobras para hacer daño a quienes piden transparencia en las actuaciones del presidente y sus aliados? Ellos actúan como si salir airosos con sus mentiras fuera la gran realización de sus vidas y el único sentido de gobernar. El doble sentido de las palabras. El otro lado de la ternura, el lado insospechado del amor: la perversidad, convertida en un juego de niños, en una mecha encendida en el corazón de nuestros hijos. La otra nación, la que vivimos a diario en las calles, cada paso que damos, y la del discurso oficial: la del sumac kausay: dos verdades irreconciliables. 

Nuestros hijos en los hogares han perdido de vista sus puntos de referencia, no necesariamente desde el gobierno, sino también de sus padres, y cada cual tiende a agruparse para sentirse protegidos en diferentes sectas comerciales: twitter, el regatón, los emos, los metálicos, los pandilleros, los homosexuales, el futbol: la droga que atiza nuestras preocupaciones citadinas. Todos buscan notoriedad, reconocimiento o compañía. Algunos se identifican con el tono gritón y burlesco del presidente ecuatoriano, otros con las historias individuales de los congresistas: Paola Romo, el sastrecillo y actor frustrado Paco Velasco. Con uno u otro futbolista: Kaviedes o Valencia; pero estos tampoco tienen claras sus ideas del mundo y de cómo gobernar o comportarse, así que toda su existencia se resume, en muchos de ellos, en obediencia al líder y a los mandatos del partido político, o del entrenador.   

PERVERSIDAD Y POLITICA

Perversidad en un gobernante es cuando éste ofrece a la población uniformes, cuadernos, matriculas gratis en los colegios. Bonos de pobreza, subsidios a los pasajes, a los combustibles, casas dignas, microcréditos...pero nunca trabajo, nunca exige esfuerzo para construir una patria nueva, la que se logra con ahorro, con voluntad y atrevimiento, porque ese momento perdería popularidad. El señor Correa no cree que el país deba cambiar. Para qué, si goza del 75% de popularidad, de acuerdo a las encuestas de sus incondicionales? Trabajo hay, el no lo menciona, pero bajo las alas del estado: policías, militares, algún sitio gris en los ministerios. Empleo seguro y bien remunerado. Eso dicen los mayores; mas, lo que nunca advierten a sus hijos, y tal vez no sea necesario, ello es cambio de silencio y obediencia. Se traduce en salir a defender la constitución y las leyes del país en las calles; pero, sobre todo, a cubrir los desaciertos del presidente de turno, a quien ellos deben el alza de salarios y sumisión. No les mueve la razón o sus ideales de juventud, porque han aprendido que éste, y no el del discurso, es el mundo real.   

Los que no gozan de tales beneficios de parte del estado, que en palabras del poder (fuera de micrófonos) son los delincuentes, no se sienten identificados con los valores que la mayoría de población toma como referencia para el comportamiento de sus vidas, ni las bravuconadas del presidente les causa miedo. Ellos a diferencia de sus semejantes políticos, no están dentro de la ley, aunque vayan en autos de lujo recién robados, o se vistan con ropa de marca. Manejan otro lenguaje, el coba, el lumpen. Ellos odian a la sociedad porque se sienten aislados y despreciados por ésta. E imaginan un mundo para sus efímeras vidas sin ley y sin castigo. Ellos ven los grandes atracos a la nación desde el poder y se sienten puros.   

Y mientras más se los excluya, mayor será su resentimiento, porque el actuar del sistema actual de justicia no va contra los grandes asaltantes del estado, sino contra el simple ladrón de un celular, de un par de zapatos usados; en tanto sus similares –los políticos- desde una cadena de televisión anuncian los grandes atracos al país, como logros dignos a imitarse. Ellos nunca estarán unidos en las calles. Saben que andar en grupos es peligroso para su sobrevivencia y por ello irán siempre de a pocos, actuarán unidos cada vez que necesiten algo, se cambiarán de calle, de banco, de cajero, de especialidad; porque la selva es como una guerra de guerrillas, eso han aprendido: actúan rápido y desaparecen a disfrutar de sus pequeños y transitorios triunfos contra una sociedad que los desprecia y los combate. Y volverán a asomar cuando tengan hambre, o el cuerpo pida su dosis diaria de droga. Como nuestros gobernantes políticos: sed de gloria fácil y de vanidad.