Friday, January 12, 2007

EL CAJON DE MUÑECOS

El dueño del circo busca sus muñecos, previo a la función de la noche. En su casa hay un cajón inmenso lleno de ellos; se podría decir -tomando las medidas bíblicas-, de cuarenta codos de ancho x doscientos de largo x cien de alto. Comienza a sacar uno por uno y a arrojarlos de manera desordenada a sus espaldas. Debe decir lo justo, lo que la multitud quiere escuchar, cuanto en la coyuntura del momento se convierta en la pieza que calce exactamente en el rompecabezas del poder. No más. No menos.

-Este no-. Piensa el titiritero. –Aquel tampoco-, observando al montón de muñecos sucios por doquier y con ese tufillo de juguetes viejos y abandonados. El público no está listo para los ponchos que, son buenos para botar a otros del tablado, se adueñan del escenario, cortan las luces, obstruyen las entradas y salidas del circo. Son muchos, se los trae en manada y se los lanza a perseguir a otros muñecos en las calles, se los deja tomarse el congreso o rodear el palacio de gobierno; mas no es ello lo que se necesita ahora.

El maestro de ceremonias sigue hablando solo: no es tiempo de sacar aún al cachorro de león, ya lo intentó dos veces y salió chamuscado hasta la cola. Igual ese héroe de guerra, quien ni con todas sus medallas podrá llegar al tablado mayor; tampoco la barbie guayaca o el enviado de dios. Y sigue buscando en el cajón. Saca a un viejito que decía dadme un balcón y seré presidente. Del fondo sale el nariz de tiza de sastre, el cinturita mágica que, con un diputado y una agrupación política fantasma se adueñó del circo. Hay un soldadito de plomo, un muñequito vestido de médico, un viejito mentiroso, uno que con las baterías agotadas, aún cuenta cachos. Los toma al azar de las piernas, -o de cualquier parte y los arroja a un lado, formando montañas con ellos, y cuando se da cuenta, la habitación entera está llena de muñecos cantantes, bailarines, locos que aman, un polito, una silvanita, un sicurito, un corredor llamado el mago del asfalto, uno a quien se le perdieron los calzoncillos en la feria de toros, los tres pelados, el cachito, el hermano lelo, el cavernícola, un chicho belo gordito que a sus 16 primaveras celebró en palacio de gobierno su primer millón de dólares robados en las aduanas. Hay poetas también, los raulitos, el marantuquito. Dos que se alimentan de carroña: el carlitos, el paquito... hay tantos en el baúl y conforme los va sacando, se forman montañas en las salas, en los patios llenos de un olor insoportable.

Dios, -piensa el titiritero-, ¿cuál muñeco saco hoy? En el fondo de cajón grita y se agita uno que parece superman cuarentón, aunque también puede pasar como el spiderman, (por su manía de trepar), o el guasón, (por su sonrisa) y hasta batman (por salir de la oscuridad). ¡Sí, éste es! Exclama satisfecho: El de verbo atropellado, el de las infinitas promesas, el cascarrabias, el vanidoso con el poder*, el que con sus desplantes e irreverencias a los demás muñecos puede distraer con facilidad a la multitud –novelera y sedienta de circo, digo cambios-, aunque sin sacrificar nada a cambio.

Llegó tu turno, le dice-. Lo sujeta fuerte entre sus brazos para darle cuerda y lo suelta luego al escenario. De a poco las luces van ubicándose tras él -hasta iluminar el escenario por completo.

*Durante una rueda de prensa en Manta, el 8 de Enero, a un periodista se le ocurrió decir: señor Rafael Correa, sea equitativo con todos los medios…. El aludido se encendió como un fosforito para gritar: ¡Señor Presidente, so malcriado! Policía –ordenó al cuerpo que le rodeaba- Saque a éste de aquí.

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