Con fotografias de César Vinueza
Las elecciones del próximo domingo tienen un capítulo específico de origen: abril del 2005, cuando el entonces presidente del Ecuador, Lucio Gutiérrez, fue derrocado por un grupo social lleno de privilegios, que nació en la era petrolera y se hizo fuerte en el plano político con los errores de las clases dominantes durante las últimas décadas en el sillón de Carondelet. Es difícil ignorar que quienes pretender ser hoy los salvadores son culpables también de la situación actual del país, puesto que ellos fueron parte de regimenes anteriores a cambio de fortalecer sus intereses particulares y de conjunto.
Cubiertos con la retórica de sus ideologías (confusas e irreales) sellaron alianzas y pactos con presidentes elegidos en las urnas que en medio de su mandato fueron sustituidos por otro que responda a los mandatos de los grupos económicos tras el poder; en tanto los que hoy son gobierno, o bien se retiraron a tiempo –luego de conseguir sus objetivos, como repartirse las administraciones seccionales de justicia, las vocalías del tribunal electoral y constitucional, el instituto de seguridad social y hasta cargos invisibles en subsecretarías menores o consejos municipales. A cambio de apoyo, ellos pidieron no intervenir en los privilegios conseguidos por los sindicados de las empresas estatales: el petróleo, por ejemplo, la educación, la salud, monopolios de ciertos dirigentes que con dineros públicos aglutinan y movilizan ejércitos de desocupados para tomarse las calles en épocas de convulsión social.
Otras veces, en cambio, fueron echados a patadas del palacio, como ocurrió durante la época de Gutiérrez; para luego, en un lavado de imagen, preparar la caída de éste aprovechando la insatisfacción de algunos sectores sociales que se sentían -y sienten- perjudicados en sus intereses, sobre todo económicos. El estado actual de caos e inseguridad que vive Ecuador tiene también la firma de la clase que hoy está en Carondelet.
Siempre estuvieron divididos, nunca antes ganaron las elecciones, por lo que, las del próximo domingo es un intento por lograr legitimidad en las urnas para fundar la patria a la medida de sus sueños; es un reacomodo de fuerzas políticas, con actores y tramas bastante conocidas, pero con un final abierto. Es tiempo de topar fondo. La ciudadanía lanzará –de una vez por todas– sus cartas sobre la mesa: suerte o muerte, no hay puntos intermedios. Sólo que la mayor parte de población fue obligada –como siempre– a participar en esta farsa e ignora las reglas del juego, o lo que es peor, ignora que se juega.
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