Copyright: The Sunday Times, London
Traducción: Rafael Arteaga
El atrevido intento de la época del Charlestón por liberarse del corsé y de los cabellos largos se volvió realidad y pronto fue otra manera de esclavitud, cuando los ricos de los años treinta impregnaron un nuevo ideal: tú nunca podrás ser demasiado rica o demasiado esbelta.
En una sociedad en la que hay suficiente para comer, se hace imprescindible la disciplina de mantenerse delgada: aquí se comprueba su sabiduría. En pueblos en los que la hambruna hacía de las suyas, las mujeres voluptuosas, incluso las gordas, eran muy deseadas, hasta que los ricos norteamericanos y los europeos -que en esa época tenían suficiente para comer- convirtieron a la condesa de Windsor en un ideal: un maniquí para los caprichos de los modistas con un cuerpo que a un hombre normal le daría la sensación de irse a la cama con una bicicleta, pero extraordinariamente bella, aunque sea en fotos. La elegancia se impuso fácilmente a la sexualidad y la gordura fue -desde entonces- rechazada. En el mundo de la moda el fotógrafo es el único que cuenta, y los médicos dietistas son agradables vendedores de puerta a puerta que entregan pastillas para adelgazar a cambio de dinero.
En los años veinte nosotras no éramos aún dependientes del fascismo de la condición del cuerpo. Las mujeres ricas eran delgadas, flacas y otras escuálidas. A una madre normal y corriente de la clase alta se le permitía ser voluptuosa todavía, pasando por alto las "momias negras”; sin embargo, con el transcurso del tiempo, inclusive ellas debieron ponerse a dieta. La clase media y la gente pobre se contagiaron de ese nuevo look de las mujeres ricas y debieron vencer el hambre para pertenecer a ese círculo; aunque ello no resulte tan fácil si se toma en cuenta que para el trabajo corporal es imprescindible comer en abundancia, con los suficientes valores nutritivos; como tampoco se disponga de tiempo ni dinero para las granjas de belleza, masajes, doctores que recomienden una dieta adecuada.
No basta con ser flaca, sino esbelta
En los años cuarenta hubo un brillo de esperanza para las mujeres redondas. Los hombres estaban en guerra y los bustos prominentes fueron -de nuevo- buscados. La agraciada pin-up girl volvió por un momento en escena. Betty Grable y Marilyn Monroe pusieron el volumen otra vez de moda. Las copias de Marilyn en los años cincuenta -Jaine Mansfiel, Diana Dors- eran "llenitas" todavía; sin embargo, al llegar J.F. Kennedy a la presidencia en los años sesenta, el look de Jackie se impuso en el mundo. Era la mujer esbelta y rica, complementada con un toque de energía y elegancia que hicieron parecer la gordura definitivamente como algo anticuado.
Desde entonces la carrera de la esbeltez se hizo extrema década tras década. Ser delgada no es suficiente, se debe ser flaca, pero también llena de energía que delate las constantes visitas a un gimnasio. Naturalmente que los senos desaparecen con una dieta extrema; pero, para consuelo, existe la silicona: así se puede tener unas caderas como las de Barbie y, al mismo tiempo, unos senos como los de Marilyn Monroe. ¿Es peligrosa la silicona en el cuerpo? Ello no tiene importancia cuando se trata de ser bella. Ya en tiempos pasados las mujeres llevaban harina de plomo en sus rostros, se maquillaban con ceniza sus pupilas, y hoy se dejan poner silicona en sus pechos, o implantaciones de plástico para lucir unos pómulos alzados; ya que el precio de la fealdad es demasiado alto: no se obtiene ni la aceptación de los demás ni el amor de los hombres.
Nadie se pregunta cuál es la relación entre amor y reconocimiento, si a las mujeres se les obliga a odiarse a sí mismas. ¿Por qué no protestamos al ser juzgadas de acuerdo a nuestro cuerpo? Quizás porque el peso es ya una clasificación. Las de abajo son gordas y nosotras, si queremos pasar desapercibidas, debemos ser flacas; aunque yo no he conocido hasta ahora a un hombre que no ame la voluptuosidad. No. Es mucho más que la "riqueza" de las apariencias. Y ser rica significa ser delgada, aunque la sexualidad no sea el impulso más fuerte en la psicología masculina. Es el status, y nosotros apretamos nuestras carnes para asomar como ricas.
La alta moda no puede ser lucida por una gorda. Con una atrevida costura para las piernas y sus faldas angostas, la moda no perdona la mínima curvatura; sin embargo, en el pasado el corsé de Scarlett O'Hara mostraba en sus redondeces lo que era el cuerpo de una mujer: por un lado estaba una especie de cinturón de castidad hecho de acero y por otro una camisa de fuerza que escondía innumerables pecados (de la mesa). Igual los senos eran apreciados mejor dentro del corsett. Y es curioso que nuestras supuestas mujeres liberadas hayan aceptado extremos ideales de belleza, sin siquiera protestar.
Si la industria de la moda, que es justamente producida por hombres, nos impone algo así, ¿por qué compramos, entonces? ¿Por qué no pedimos ropas que vayan con nosotras, y no nuestros cuerpos con las ropas?
Aunque hay acepciones en la regla. Algunas diseñadoras femeninas como Donna Karan y Liz Claiborne han hecho mucho dinero con vestidos y casacas extensibles por medio del elástico: prendas que tienen demanda por ser cómodas, de marca reconocida, con números promedios 40 - 42, y no 34.
Las mujeres son rechazadas por ser mujeres
¿Por qué no nos rebelamos si, después de todo, una mujer en su vida real es gorda, delgada o simplemente normal? Tal vez porque reconocemos que es mejor permanecer delicadas y frágiles para no asustar a los hombres con nuestro poder. Mientras más derechos pedimos en la sociedad, mayor es castigo impuesto por nosotras; en efecto, la lucha por ser flacas parece tener relación directa con nuestros crecientes derechos políticos y laborales: a más espacios conseguidos en el mundo, más grandes es la presión contra nuestro cuerpo, como si quisiéramos decir: "no temas de ti".
Yo saludaría a un mundo en el que el cuerpo de la mujer tenga derecho a ser tan diferente, como sus pensamientos. Un mundo de decisiones propias. Las mujeres son odiadas por ser mujeres, y nosotras interiorizamos esa apreciación pese a que hablamos del derecho a opinar y de igualdad de oportunidades.
Una verdadera emancipación sería si nosotras tuviésemos el derecho a poseer nuestro cuerpo, a llevar zapatos cómodos, amplios vestidos con grandes cortes y cabalgar por el mundo -como amazonas- a grandes pasos. Verdadera emancipación es cuando te miras desnuda al espejo y dices, como mi primera heroína al final de "Fear of Flying": "tengo un lindo cuerpo y estoy decidida a conservarlo."
No comments:
Post a Comment